With wichi eyes: a trip, in photos and experiences, to a different world.

by Fernando García
La Nación, February 18, 2018

Photography in Argentina: Contradiction and Continuity is the name of the book that now rests in the shadows of a 19th-century room recycled as a study in this San Telmo mansion. This is the catalog edited by the Getty Foundation for perhaps the most ambitious display of Argentine photography ever seen. The catalog is now open to a page showing an untitled photograph dated 2001, numbered “82”. Against the background of an intense blue sky, the figure of a girl-woman just out of the water, from the brown river, stands out, her face thrown back, her two arms stretching the hair that slips down the nape of her neck. she. The gesture is of a sensual enjoyment of the earth. The gesture is not the one we were used to seeing in the photographic record of our Indians (later aborigines; later native peoples) until Guadalupe Miles (Salta, 1971) came to photography.

Guadalupe Miles tells that she met Marisa – that’s the name of the Wichi girl in the photo – when she was 4 years old, she photographed her (that photo in the Getty catalog) a few years later, and she photographed her again holding the same attitude now, at 24 years old, already a woman. This photo that tells the story of Marisa and Guadalupe Miles and their camera in the middle of the Chaco of Salta can be seen at the Niemayer Museum within the framework of the Curitiba Biennial, where Ticio Escobar gave Miles a space to display his almost twenty years of I work with those remote communities. The same exhibition will be seen at the MAC in Salta in September.

Twenty years in which Miles developed his own aesthetic that questions the intrusion of “white” photography and in which his gaze changed radically. This skinny woman who assembles her “tobaquitos” and treats herself to an Amazonian drink, is divided between Salta and Buenos Aires and visits communities on the border of the Argentine map at least four times a year. To the point that Tiluk, a wichi shaman, helped her build a house like “theirs” so that she could spend her Indian time there.

Tiluk (whose name alternately means “blind” and “one who sees”) died in February 2015 at the age of 58. His portrait, a striking gloomy chiaroscuro, and his recorded voice take center stage in the Miles show in Curitiba. They met at the Museum of Fine Arts in Salta on the occasion of the first exhibition of his photos. It all started as a malnutrition survey Miles did for research. He began photographing hospital rooms in Iruya and that took him further: the border of the La Paz mission, on the triple border of Argentina, Bolivia and Paraguay, 800 kilometers from the city of Salta.

It was then that Miles discovered something else. “Something that had to do with a certain vitality related to people and nature, and that I perceived as very strong. As if they even had a physical imprint of it. Also, even being in Salta, it was opening your eyes to a world that was apart; very, very apart from the rest. I brought them the photos I had taken on the first trip and we put them on display in a central place in the community. People could see the photos of him there, each one took their own. They had to explain to a lady, her grandchildren, that it was her that was on the paper, because she didn’t know about photography or mirrors. She didn’t understand. This is how I realized that I was interested in generating another type of relationship through photography. It was not my idea to go there, take the photos and never hear from me again.

El chamán y la fotógrafa construyeron un puente invisible entre dos mundos. Tiluk había crecido cazando con arco y flecha y asistía a la lenta transformación de la comunidad mientras trabajaba para reponer la propia cultura wichi: bailes, rituales chamánicos y hasta nombres propios que habían sido prohibidos por la cultura oficial. Miles se involucró entera en ese proceso. “Para hacer estas fotos me permití entrar en el tiempo de ellos, que es muy distinto del nuestro. Eso significa que detrás de cada foto hay mucho tiempo compartido sin hacer fotos. Me pasé mucho tiempo simplemente estando. Con los años la relación se fue profundizando. Yo quise hacer todo lo contrario a lo que veía que se hacía con la fotografía respecto a esta gente. Mi única referencia positiva era lo que había hecho Grete Stern en Chaco en los años 40; en sus fotos uno se da cuenta de que se relacionó de otra forma”.

Las fotos de Guadalupe Miles llamaron la atención en la fotogalería del San Martín en 2004. Sus imágenes evitaban todos los lugares comunes del “pobrismo” con el que se solía abordar desde la fotografía a los indios. En principio, desechando el dramatismo del blanco y negro, para apostar a una transfusión entre los colores del paisaje y los de la piel. La fotografía de un joven wichi sumergido en el río entrecerrando los ojos al sol tenía una cualidad erótica desafiante. “La situación de pobreza es real y no la niego. Pero a mí me parecía que había algo más para mostrar”, dice Miles. Alrededor de sus imágenes se desplegaron voces críticas. “Se me criticaba que los hiciera en color o en situaciones relacionadas con el goce y la fortaleza y la sensualidad. Pero ninguna de esas fotos fue posada. Yo estaba todo el tiempo en el río con ellos y así fueron apareciendo las imágenes. Hay algo con el tema del cuerpo y la desnudez que nosotros no tenemos incorporado culturalmente. Yo no estaba haciendo un desnudo. ¡Viven así porque hacen cincuenta grados en verano! Hay otra foto en la que están con ropa y la ropa que usan es ropa de ciudad, remeras con inscripciones y demás. Y había gente que me criticaba porque no los fotografiaba con la ropa que se suponía que tenía que tener un indio. Pero al mismo tiempo mis fotos se empezaron a discutir entre la gente de las comunidades. Y la mirada era la contraria: ¿Por qué no podemos vernos así?”.

“Vos tenés entrada a los dos mundos”, dice Miles que le dijo un día el chamán. Es la clave de su obra, un ojo reversible entre la ciudad y el Chaco. Hubo que esperar este trabajo de veinte años para que las palabras del poeta Manuel Castilla se visualizaran al fin: “También uno recuerda un ancho río y el paso de sus peces y crece jubiloso por sus riberas verdes. Entonces, la soledad asienta sus sombra silenciosa. Todo eso ve. Ve desnudarse al indio, a los matacos, bajarse hasta la playa como dioses ardientes llenos de hambre y de América, morenos de frescura como una tinaja. El Pilcomayo les deja su espuma entre los dientes”. Eso mismo dicen las fotos de Guadalupe Miles.

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